Cita

"¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre..., ¡Y también lloro!"
(Bécquer)

sábado, 22 de junio de 2013

El poder del dolor

De nuevo, otro día en las profundidades. Puedo oír todos los sonidos que la presión provoca en mis oídos. Me pregunto hasta cuándo podré aguantar la respiración, tal vez he dejado ya de respirar… Deben de haber pasado días desde que me derribó aquella ola, desde la noche oscura del naufragio. Temblé ante aquella montaña de agua en medio de la tempestad, después de días y días de tranquilidad en el océano. La fuerza de las ingentes olas me sigue zarandeando aun debajo del agua, tras días y días de inmersión, días y días con mis pulmones repletos de agua.
Hablo de dolor. De la fuerza incontenible que te hunde y hunde hasta anular tu propia fuerza. Del miedo de la compañía de este sentimiento atroz y vil. Pero más que de dolor, me refiero a la tortura de un único sufrimiento. A veces, necesitamos emerger de las profundidades aunque solo sea para ver venir otras olas. Tenemos que salir de un mismo tormento a pesar de que sepamos que van a venir algunos nuevos, inesperados, burlas del destino, injustos o fruto de nuestros propios actos.
Emerjo. Instintivamente, mi boca se abre con una sonora inspiración para absorber todo el aire que soy capaz. Quién sabe si será la próxima ola la que acabará conmigo. Busco a tientas una amarra, un cabo al que agarrarme. Nada. Como me temía, en todos estos días ha reinado la noche. Todo está compuesto de rayos y truenos, de relámpagos, tempestad, ruidos ensordecedores, y más allá las estrellas. Miro el cielo, irónicamente terrible y bello, como debe de ser el rostro de Dios.
Todas las cosas me provocan pánico, pero al menos puedo respirar. Me tranquiliza en parte comparar esto con un túnel, porque todo túnel digno de ese nombre tiene una salida, una luz esperanzadora que se vislumbra en la lejanía. Suelo recurrir al refranero popular: “Después de la tempestad llega la calma”, aunque cada vez lo hago menos.
Porque, por Dios, ¿es esto un túnel? ¿Esta tempestad tiene fin? El dolor hace de nuestra vida una broma pesada, nos asfixia, nos ahoga, nos impide estar solos o nos aísla completamente. Hace que no seamos ya los mismos, que no encontremos el sentido en nada, atraviesa el corazón, nos oprime, nos zarandea a su antojo. Nos hace creer que el sufrimiento es inhumano, pero en realidad es lo más humano que existe.
Tanto es así que toda persona sufre, ha sufrido y sufrirá. El error está en no ver más allá, en enfrentarnos al problema centrándonos en el mismo. Pero, ¿quién soy yo para hablar de esperanzas? Sigo aquí perdida, en medio de la nada, inmersa en mi dolor, esperando una muerte segura. Tanto la espero que, de repente, estallo en llanto ante la verdad de mis palabras. Pues mi fallo, el tuyo y el de todos es precisamente ese. Olvido que más allá de esta tormenta cantan los pájaros, como hacían hace días en este mismo lugar.
Mi cerebro, en lo que parece ser un mecanismo de defensa, reproduce su bello canto y dibuja una sonrisa en mis labios. Dejo de lado todo lo malo. “Voy a salir de aquí”, me repito una y otra vez, hasta hacer de esta frase mi religión. ¿Quién sabe si gracias a este dolor, por alguna razón, llegarán tiempos de alegría?  
Lo que antes fue llanto y luego sonrisa se torna en una risa llena de ilusión. Parece que las nubes del cielo por fin van a dejar paso al sol.
Veo acercarse a gran velocidad otra inabarcable masa de agua, como si se replegara sobre sí mismo todo el océano. No. No puede ser. Ahora no. Se eleva imperando sobre todas las demás, hasta situarse por encima de mis ojos y ocultar los tímidos rayos de luz que se atrevían a atravesar las densas y cargadas nubes. ¿Qué hice mal? ¿En qué te he fallado, Señor? Quiero volver a ser como era antes. No quiero pasar días enteros bajo el agua, sin respirar, quienes habéis sufrido sabéis que eso es posible. Demasiado tarde: reúno en mis pulmones todo el oxígeno que puedo y la ola, con su poder atroz, me devuelve a las profundidades, a donde nunca llega la luz.
Qué inocente al creerme capaz de tomar de tomar las riendas de mi vida, de vencer por mí sola la tortura de mi sufrimiento. Qué ilusa al subestimar la violencia del mar del dolor.

No sé por qué escribo esto. 
Simplemente no soy yo. Vivo en una frase que el tiempo ha sellado con un interrogante, interrogante que nunca se podrá borrar, dejándola sin respuesta para siempre.
No sé por qué escribo esto.
Escribir que odio por tanto que quiero, y que quiero por tanto que odio es buscarle sentido a un absurdo. Como pretender endulzar las lágrimas que derramas, cuando siempre es amargo el sufrimiento.
No sé por qué escribo esto.
Tal vez para advertir del daño que puede hacer una conversación a medianoche, un atisbo de un futuro irreal, un sentimiento paralizado. Los efectos de un huracán que nunca han sido reparados.
No sé por qué escribo esto.
A lo mejor sólo quería decirte que aquella duda que una noche planteaste ya no será respondida si no buscas su respuesta. No seas como yo he sido, no pretendas lo que yo pretendo, olvida lo que yo ya no olvido.
No sé por qué escribo esto.
Como si por hacerlo pudiera arrancar, una tras otra, todas las espinas de mi cuerpo.

Autora: Cristina

1 comentario:

  1. Dios, cuánto dolor y cuánto agobio. No creas que no valoro lo que expresas, pero ¿de verdad la tempestad era tan poderosa?. ¿No será tu agotamiento lo que hace cada ola tan peligrosa? Y si te dejas llevar un poco y descansas, sin enfrentarte continuamente al oleaje, ¿dónde puedes llegar entonces? En un buen recurso de marinería, ¿no podría funcionar también en tu caso? Tarde o temprano aparece la playa. Espero que estés ya en ella; en todo caso, en mi humilde opinión, escribir es tu forma de nadar hacia la costa. No dejes de hacerlo, ya se oyen gaviotas.

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"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".
(George Orwell)