Cita

"¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre..., ¡Y también lloro!"
(Bécquer)

lunes, 1 de julio de 2013

Cuchilla

(Para los menos perspicaces: no hay homicidios ni maltratos en la obra. Todos son metáforas).





Me has visto descender muy despacio para al final tragar la tierra y vomitar lo que, en condena, no atrae fortuna alguna al caminante: la ira ciega.


Poco podría decir que no supieses ya aunque, siendo sinceros, no sabes nada. No te confundas, no intentes mirarme con incertidumbre, ni con el empeño de mostrar cierto desapego o desacuerdo con mi actitud. Yo tampoco sé nada. Disparar una bala en la sien de cada uno de nosotros sería un final cuanto menos deseable, juzgando el largo tiempo que ambos lo hemos estado esperando.   

Que ella viniese a mí con su corazón en la mano no es algo que verdaderamente nos importe. Tampoco las veces que lo abrí al cielo del atardecer. ¿No viste bien aquel albatros desplumado que nos juzgaba desde lo alto? Él arranca nuestras mentiras y dolores de nosotros para dejarlos volar muy por encima, hasta donde las sombras te hagan uno con tus pecados. Bebí su sangre muy lentamente, saboreando cada gota y ella, créeme, lo disfrutaba, aunque su sonrisa me asquease.

Nos miramos a los ojos pero nunca nos vimos las caras; solo vi mi rostro en tu mirada y, no lo dudes, fue lo que hizo que te odiase con un amor tan profundo como el de un clavo oxidado atravesando la madera seca. ¿Acaso no recuerdas cómo trituré mi hábito?

Bondad quizá sea un término demasiado pedante para aquel momento, la inocencia, los ropajes del espíritu, la exasperante urgencia de huir, pero no bondad, créeme, nunca pudo haberla bajo un cristal tan macabro como el de mi recipiente. Me arrojé contra el suelo y me partí a trozos solo para poder cortarnos con ellos, ¿no lo recuerdas?

Ella, sin embargo, lo creía. Me produce náuseas sentir que realmente se enamoró de cada corte y cada herida que el mundo y yo nos intercambiamos. Te divierte oírlo; aunque no lo creas tu maldad es polvo flotando en el huracán de mi miseria. Tantas puñaladas me dio el mundo a mí como yo le dí a ella. Las cicatrices recorrían todo su cuerpo envolviéndola en una dulce crisálida de ignorancia enamorada.

Inocente seguí mi matanza mientras el embrión de mi muda se gestaba entre los filos de acero de las mentiras piadosas que salían de sus labios. ¿No lo recuerdas? Eran para ti, eran tu regalo. Nunca pude desangrar tanto mi dignidad ni pude exprimir tanto mi miedo  como aquel día que me salpicó la sangre de su corazón entre las mil cuchillas que levantasteis sobre mí. 

Herido yo de muerte en el suelo te regodeabas dejando gotear las lágrimas del sol que, palpitante, arrancaste de su pecho. Es un momento que te debe ser grato recordar, creí ver una sonrisa más allá de tu luto. Disfrutaste degollándola, abriendo su costillar, tomando lo que había dentro. Lo vi en el reflejo de tus ojos. ¿O acaso solo me veía a mí mismo sonreír?

Interpreta mi sombra; recrea con maliciosa fidelidad aquella escena. El héroe maldito devuelve a la doncella el corazón a su lecho para volver a beber de él. Tú no pudiste soportar aquel heroico atrevimiento y quisiste abrir con fuerza tu vida al atardecer. Espero que lo recuerdes bien: en aquel momento escupí en tus oraciones como tú pisaste las mías.

Jamás volvió la paz. Las náuseas, el dolor, todo fruto de la discordia que sembraste. Cada parpadeo cada noche era un goteo que marcaba el compás de las horas rajando mi nuca. Mi reflejo en tus ojos era una imagen que no podía olvidar. Te abrí las puertas de un cielo del que yo mismo me desterré. La semilla de la miseria en mi vientre daría a oscuridad más que a luz. Ahora un cadáver en la memoria. Maloliente, mal escondido, pero ahí resguardado, pudriendo lo más recóndito de mi ser.

Es entonces cuando el asesino, enamorado de su víctima, la apuñala sin compasión hasta que el corazón que le daba la vida y que tanto tardó en robarle a su dueña dejó de fluir. La irá selló lo que estaba escrito al precio de mi vida. Siempre hay héroes malditos para salvar a doncellas moribundas, pero nunca he visto aparecer una heroína que venga a salvar a un despojo humano. Y aunque viniese sigo siendo locura sin corteza, membrana sin cordura.

Desde entonces cada día coloco la hoja en mi costilla, junto al pulmón, sobre el impostor de mi alma que palpita y me acerco un poco más a él. Hoy no pararé hasta llegar al otro lado. No quiero que nadie más beba su sangre. 


Ella me hizo su esposo
y de ella, sonriente,
me hice cargo.

Pero a lo largo de una década
cascadas rojas emanaban
ecos de mi desventura:
no podía ocultar ya la tortura.

Se levantaban poco a poco
breves lamentos y disputas
en el corazón que, bien guardado,
levanté sobre mi cordura:

"Lo aguantaré" dije a las nubes
que lloraron mi tristeza.
Sonó fuerte, en tromba, el agua
que ahogaba mi ruinosa estatua.

"Lo aguantaré" quise decirme
mientras yo también moría
y el silencio hermoso de la vida
a mi garganta se agarró con ira.

Mi cruel desposada
se levantó con furia y me arrastró
cantando la triste llamada
verde, alegre, naciente
de un cielo de aguas forzadas.

1 comentario:

  1. Hola. He disfrutado mucho con este texto, sobre todo con la poesía. He leído alguno más de la portada, y muy a gusto. Me visitaste ayer y aquí estoy, conociéndoos, como te dije. Dejo mi dirección por si a alguien más le apetece pasarse. http://eldandidelcongo.bolgspot.com.es/
    Un afectuoso saludo y ¡no dejéis de escribir nunca!

    ResponderEliminar

"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".
(George Orwell)