Cita

"¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre..., ¡Y también lloro!"
(Bécquer)

sábado, 21 de diciembre de 2013

I want you


Dieciséis enemigos abatidos. Al menos, es lo que creo, no estoy seguro de haber perdido el algún momento la cuenta. Es curioso cómo cuesta tanto comenzar a matar, pero una vez empiezas, ya es como si el cuerpo se te acostumbra y en vez de miradas de horror, ves los ojos de tus víctimas apenas como dos círculos mal pintados.

Debo correr y estoy cansado, pero seguiré corriendo a fin de huir de la muerte. Hace tiempo que no reconozco a nadie, solo veo figuras lejanas sin nombre que también huyen debiendo de pensar lo mismo que yo. Puede que sea el miedo lo que me haga pensar que no existe nada más allá de este aparente desierto poblado de todo lo ajeno a la vida.

Esta guerra nunca fue mía. Ya no recuerdo por qué lucho ni para quién lucho, y dudo mucho que, sean quienes fueren, hicieran lo mismo por mí. Yo solía tener mis propios problemas, problemas de los que ya tampoco me acuerdo. Es como si todo lo que he vivido aquí ocupase cada centímetro de mi memoria y ya no quedase espacio para nada más.

Se puede decir, entonces, que nací el día en que llegó la carta a mi casa. Me hizo gracia leer que mi país me necesitaba en estos momentos cruciales cuando a mí el nunca me había hecho falta, siempre me he considerado un ciudadano del mundo, sin necesidad de especificar país o ciudad. Parece que todo el mundo te quiere cuando las cosas le van mal, pero solo si puedes ayudarle. Hacían falta más hombres de los que había para esta guerra y estaban empezando a reclutar más jóvenes, lo que quería decir que me tocaba a mí.

No fui el único al que reclamó este lugar maldito, vino conmigo Will, mi mejor amigo para siempre, quien ya me había acompañado en tantas cosas que creía que esta solo sería una anécdota más. Él siempre había sido más rebelde e inconsciente y no hacía más que bromear acerca de lo bien que le sentaba el uniforme. Siempre había mirado a la vida por encima del hombro, con ojos burlones y una sonrisa torcida y desafiante. Con todo, es la mejor persona que he conocido jamás.

La misma carta había llegado meses antes para llevarse a mi padre. Yo odiaba esa carta. Y la odio. Pero ni me planteé huir, eso era algo que nadie se esperaba que se pasara por mi cabeza; al fin y al cabo, la guerra no estaba tan mal según la propaganda y las noticias que llegaban. <<Las semillas de la victoria aseguran los frutos de la paz>>, palabras casi líricas para un fin teñido del color de la muerte.

Siempre me había importado más la batalla del día a día que la de los ejércitos y la muerte del alma más que la física, porque es la que en realidad te mata. Puedo asegurar, a pesar del lugar en el que estoy, que las peores guerras son las que no se ven. Me encantaba bailar, reír, disfrutar de las pequeñas cosas. Siempre me he sentido más cómodo empuñando un pincel antes que un rifle y estando cubierto de ideas que me hagan infinito antes que de un casco de camuflaje y de insignias hipócritas.

Ahora vivo entre canciones de balas, tangos de trincheras y continuos poemas que cantan a la muerte. El sueño de cada día es llegar al día siguiente, que ni el filo más afilado haga que se te escape la vida. Siento que ya no pertenezco a ningún lugar, que ninguna frontera puede valer tanto como una gota de sangre.

Nos pasamos la vida defendiendo ideales, normas impuestas por nosotros mismos, diciendo lo que está bien y lo que está mal, calificando el pensamiento del otro como no válido porque el tuyo vale más. Supongo que el fin de este infierno es imposible porque, en el fondo, parar la guerra es tan difícil como decir <<lo siento>>.

No, no puedo más, nunca en la vida había corrido tanto y el fusil pesa demasiado, de un momento a otro me fallarán las piernas, vamos, un poco más. Al fin, consigo llegar hasta la trinchera, allí estaré más protegido que en campo abierto. El ruido de este lugar es ensordecedor, debe de ser el sonido que hacen las almas cuando se escapan de sus cuerpos. De repente, caigo en la cuenta de que si esto es así yo moriré en silencio, dejé de tener alma en el momento en que se la arranqué a la primera persona.

De entre todos los ruidos, se impone uno, el de una terrible explosión. Como si el hacerlo fuera a sacarme de allí, me tapo los oídos con las manos y los ojos con las rodillas, y de repente me siento como un niño indefenso que se arrepiente de no haberle mandado a su madre un último telegrama. Pero estoy bien, sea lo que sea, no ha acabado conmigo. Asomo la cabeza por encima de la excavación dejando al descubierto mis ojos, y me doy cuenta de lo equivocado que estoy cuando mi mirada ve, a apenas unos centímetros, un cuerpo sin vida solo reconocible por unos labios que a pesar de todo conservan una sonrisa torcida y desafiante. La de la mejor persona que he conocido jamás.

 

 

Como nuestro protagonista, miles de soldados sobrevivieron a la guerra pero no a la muerte. Como otros tantos, él nunca volvió a ser el mismo. Vive con el cuerpo en nuestro mundo pero con la mente encerrada en aquel momento, condenado a vivirlo una y otra vez. Él es uno de los muchos hombres incapaces de oír el sonido del teléfono o del timbre, o cualquier ruido que recuerde a una explosión. Él, como tantos valientes, sabe lo que es despertarse entre gritos por las noches y sufrir convulsiones en su cuerpo cada vez que escucha una sirena que no venga del mar. Una de las tantas personas a las que se les dijo <<te quiero>> solo cuando las cosas iban mal. Una de las víctimas de las consecuencias psicológicas de la guerra que repiten en su mente una y otra vez, cíclicamente, el momento en que murieron en vida.

 

 

Dieciséis enemigos abatidos. Al menos, es lo que creo, no estoy seguro de haber perdido el algún momento la cuenta. Es curioso cómo cuesta tanto comenzar a matar, pero una vez empiezas, ya es como si el cuerpo se te acostumbra y en vez de miradas de horror, ves los ojos de tus víctimas apenas como dos círculos mal pintados.
 
 

 
Autora: Cristina
 

2 comentarios:

"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".
(George Orwell)