Un tren, una mochila y yo

Cuando llegué, apenas discernía las formas de los objetos; sentía el vértigo de la ignorancia y la falta de experiencia. Pronto descubrí que estaba en movimiento, como en un tren, siempre en constantes idas y venidas. En realidad, pocos son mis recuerdos acerca de lo vivido en aquella época: una mochila –parecida a la que hoy tengo, pero bien cargada de objetos-, algunas caras que ya no están y el tintinar de tazas de café.

En efecto, en mi mundo, en mi tren, el tiempo lo marca el ruido de las tazas. En el momento que una de ellas para de sonar, todos sabemos que alguien se baja y ya nunca vuelve. Era yo pequeño cuando le tocó irse a mi madrina porque aquel tintineo enmudeció. Ella nos miró tiernamente mientras contenía un caudal de lágrimas a punto de desbordarse. Entonces abandonó su mochila, entregó su ticket y bajó. Ya no volvimos a saber nada de ella.

Yo, lleno de dolor y miedo, habiendo descubierto que las personas, al igual que los juguetes, también nos rompemos, intenté echar un vistazo a mi billete para saber cuál era mi destino. De poco sirvió. No ponía nada, estaba en blanco. Son indescifrables los caminos del tiempo.

Los años se suceden y el movimiento sigue siendo el mismo. Ahora, en mi mochila, llevo menos objetos que antes. Parece que nos vamos haciendo más simples cuanto más crecemos: sueños se van e ilusiones desaparecen, lo material se nos presenta inútil.

Los años se suceden y el movimiento sigue siendo el mismo. Ahora, en mi mochila, llevo menos objetos que antes. Parece que cuanto más crecemos somos más simples y, a la vez, más complejos. Lo material se nos presenta inútil, estamos hechos de ilusiones y deseos.

Los años se suceden y el movimiento sigue siendo el mismo. Hoy escribo y mi camino sigue…

Autor: José Ángel