Cita

"¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre..., ¡Y también lloro!"
(Bécquer)

domingo, 20 de octubre de 2013

De la tierra y del mar


De la tierra...

«Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan»
Alejandra Pizarnik



Era poeta sin nombre, sin lugar, sin tiempo. Días calcos, lluvia grisácea y grillos perdidos a través de un cristal empañado en una ciudad muerta. A veces cantaba una sirena, a veces alguien llamaba a la puerta, escupía moscas o dejaba un paquete.

Era un mundo no tan extraño, de paredes, vestimentas, cuerpos y rostros de papel blanquecino, rugoso y vacío. El único lugar en el que se quedaban las palabras era el aire y, quizá, la memoria. Todo moría, con el tiempo, con el silencio.

Era poeta sin nombre, pero también este mundo. Caminaba a pasos rápidos, huyendo del frío, de las gotas, de tener que notar su piel y recordar que estaba vivo. 

Un hombre, bien podría haber sido mujer, que solía existir ajeno a la inquieta y monótona curiosidad de sus sentidos. Allí, en su mente, levantaba edificios de materias extrañas, hierro, cristal, ladrillo… Colores y texturas más allá de lo plano y lo hueco. Nacer maldito, boceto inacabado, mena carmesí; no hay genio que acabe lo empezado, no hay minero que pique, no hay luz, ni cura, ni perdón. Acabar la obra, no por su autor, sino por ella misma. Se merecía más que ser desgajada así. Él era, de hecho lo único que había, allí, al menos allí… 

 No vale ya aquí la pena decir que alguien lo dejó ahí, marcó sus pasos por aquel cementerio de árboles humanos y lo abandonó para ser mirado con desprecio por unos y otros. Tampoco vale la pena decir que ninguno de ellos lo hacía desde su sino desde nuestro suelo. Aspiraba a tener, a ser, miraba con tristeza cómo ángeles negros arrancaban de su lengua frases y las sacrificaban en las únicas luces fugaces, las únicas luces fugaces…

Y cuando aquellos lo abandonaron lo hicieron en un mundo de maniquíes informes sin oídos, miradas, llantos, piel o un alma por la que enterrar aquellos cuerpos. Solo. 

Por primera vez miró hacia abajo. Su reflejo, un charco. Recordó secretos que jamás fueron contados. Hincó las rodillas en el agua; lloró tinta. Un gorrión se posó en su mano. Gritó al fin y dio rienda suelta a su inteligencia. Había sido hecho a imagen y semejanza de ti, y de mí, por supuesto, con capacidad creadora, con el ansia irreversible de arrastrarse hacia latir. Y latió.

Caminó durante horas, meses y años hasta llegar al centro de aquel lugar, a su propia cuna. Su madre lo agarraba recién parido de una forma grotesca. Una representación, un engaño. Entendía demasiado. Su fuera era un tumor para su dentro, tenía que extirparlo, tenía que disfrazarlo.

Miró con miedo, en blanco, en papel. Rompió paredes de tinta para solazar el cráter sanguíneo de la punzada dulce en su cuello. Cataratas, ríos, lágrimas burbujeantes y ahora espuma en olas que devienen en la llanura de sal de sales y mar de mares. Suspiró. Cosió símbolos con la aguja del tiempo e invocó libros sagrados. Ya no era poeta sin nombre sino hombre y poeta.


Del mar...


«Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo»
Alejandra Pizarnik



¿Ves más allá? Aquel lengüetazo azul se levanta en el horizonte ocultando la luna ¿No ves más allá? Ella nos está buscando. La ignoramos; no me extraña que se asome con tanta timidez, pasando de espaldas a nosotros, ensombreciendo su rostro. Escucha con atención ¿No son esos sus gritos a través del mar? ¿No son esas las olas que han abatido los seis barcos de la flota italiana? ¿No están sus vidas desperdigadas por aquellos escollos? Él se levanta una vez más, ella está inquieta. Hoy no salgas a navegar.

Pero el joven pescador desoye el consejo. Se encamina a la mar con un velero desgastado, cañas, redes y la moral abatida por la escasez. Recuerda. Entonces el recuerdo lo alumbra. El día es demasiado luminoso para él, los difuntos que lo rodean ya disuaden a la oscuridad. Ni focos, ni faroles, la única estela que guía su paso es la de la luna. Vivo, pero ve como un muerto. Conoce, y piensa: veo mi más allá ¿Y más allá de él? Siempre estará el mar.

Y cada noche partía una barcaza de la playa. Velero desgastado, con cañas, redes y el mástil abatido. Nadie parecía, sin embargo, ver tripulante alguno que la hiciese zarpar. Pero esto, de hecho, era mentira. Al extremo de la vela una lámpara ¿Quién acaso se atreve a navegar en penumbra? Aquellas noches ningún ojo miraba desde el cielo. Decía el anciano que ella había cobrado lo que se le debía. O quizá lo esté cobrando ahora. El pescador regresaba flotando a la orilla. Siempre agarrándose a la barca, gritando. Miraba a los ojos, siempre a los ojos. Nadie le devolvía la mirada.






José Javier Pérez Ros

3 comentarios:

"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".
(George Orwell)