La tarde se derrumba a los pies de la sombra y hace frío. Caen, como las hojas, las vidas de los árboles y, entre lágrimas, naufragan
por el suelo sentimientos, que la brisa une y el huracán despega. En ese momento, unos ojos
secos se asomaron por las rejillas de la persiana para mirar las calles; eran los ojos de Alonso contemplando una ciudad gris y sin ánimo.
Llegaba la noche y le resultaba imposible
descansar: sentía el agotamiento y la angustia que lo atacaban desde hace semanas.
Sin embargo, él no mostraba afán por dormir, quería continuar con su
observación de los distintos callejones y dar con el misterio que habitaba en
las tinieblas. Intuía que algo grave estaba sucediendo y que ese era el motivo de su malestar
¡Cuántas realidades se le escapan a la mente humana!
En efecto, ahí fuera las farolas tenían el pulso
acelerado por la batalla infernal que se estaba librando. El silencio,
corrompido durante su guardia nocturna, se callaba los rumores sobre la guerra
y facilitaba las trincheras hasta amanecer. Así es como el odio dormía en el
sueño y en los sueños de los humanos, mientras que el bien, escondido, permanecía
en vela para evitar las traicioneras maquinaciones del mal.
Era tarde y Alonso, como la bondad, seguía en pie, ajeno al conflicto que lo rodeaba.
Su cara reflejaba la frustración y el nerviosismo que produce la ignorancia.
Poco tenía que hacer ya estando despierto, pero no alcanzaba a conciliar el
sueño, porque creía que volvería a despertar con las mismas sensaciones que el
día anterior. No te duermas Alonso, no te rindas: descansar es empezar a morir y tú lo sabes bien, quizá no
despiertes.
No pude salvarlo, se rebeló contra mi escrito y se fue como
las hojas, así es la generación de los
hombres ¿Te rendirás tú también, bondad? ¿Abandonarás la batalla?
Lentamente veo cómo vas desapareciendo, pero sé que eres infatigable y que nunca
te rindes. En ti, reposa la esperanza.
Un ángel de amor aparecía por la escena; llegaba tarde.
Autor: José Ángel
Homérico, ¡qué bien enseñado estás! Un abrazo a toda prisa.
ResponderEliminarMe ha encantado, José Ángel. ¡Sigue así, compañero! :)
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