Sensación de
atardecer, del crepúsculo en mis venas, de que en mí todo se apaga. Por mí todo
pasa y todo muere y yo muero con todo, ya convertida en nada. Así, caen uno a
uno los recuerdos fabricados, se pierde todo lo que fui. Muero porque hoy puedo
jurar que un día viví. Como nací, muero desgarrando, aferrándome al conjunto de
mi vida. Soy una espiga quebrada por el viento, secada por un sol que anuncia
el fin de un día, por una estrella que en el invierno de todo me da la promesa
de un nuevo verano… un momento, ¿es posible que yo crea en las promesas?
Esta es una
carta de rendición. Te felicito, has ganado la última batalla. Confieso que mis
ojos nunca pudieron soportar toda la luz que desprendías, odiaba tu belleza, tu
sincera belleza. Eres quizá la más bella de todas, tanto que me acabó siendo
insoportable. El mundo, créeme, siempre estuvo de tu parte, y yo en cierto modo
odiaba no estarlo. Siempre he pensado que esa era mi función: nadar en tu
contra, desmontarte, deshacerte, desbaratarte. A veces pienso que la vida nos
da ciertos papeles, roles, y que nosotros, pobres, no tenemos más remedio que
aceptarlos y seguir con el juego, porque el error más imperdonable siempre es
quedarse parado. Puedes llamarme idiota, pero sonrío al creer de verdad que tú
y yo nunca paramos, que danzamos desenfrenadamente hasta el final.
Debo admitir
que fue una guerra muy larga y dura y que eres una digna rival. Quizá sea
porque somos anteriores a todo y nos conocemos muy bien, sabemos exactamente
por qué flanco atacar y de qué manera hacerlo. Todavía me dura el latir
apresurado del corazón desde el último asalto, los sudores fríos, los nervios y
el miedo en el estómago. El recuerdo de tu indudable belleza a cada instante,
como si estuvieras continuamente y con cada movimiento posando para algún
artista alucinado. Te felicito por cómo combatiste tan sutil pero
inquebrantable, por recordar que existen razones por las que todo puede merecer
la pena.
Confieso que a
veces se me olvida que pertenezco a las tinieblas y me gustaría ser tú. Soy un
poco feliz en esos momentos, en fin, yo siempre tan oscura y tú tan clara, yo
tan lenta y tú tan de relámpago, yo tan de invierno y tú tan de primavera. Yo
tan encerrada y miserable y tú tan libre por los prados. Tú tan estrella fugaz
de las que siempre se quedan.
Todos los
trenes han partido ya y no me subiré a ninguno de ellos. Creo que una parte de
mí teme encontrarte en cualquier esquina, y que entonces me vuelva a fulminar
tu luz. Quizás, en alguna parte de tu sincera piedad, te apenen mis palabras,
pero ya sabíamos que para que el juego acabase una tenía que morir. Quién mejor
que tú para saberlo, vieja rival, pues muchas fueron las veces en las que te
ahogué, quebranté tus fuerzas, me impuse sobre ti y perdiste. Hoy, créeme, el
mundo sonríe porque tú has ganado.
Supongo que ya
no me queda mucho más que decir. El dolor es infinito pero al mismo tiempo me
cura porque me has enseñado a perder. Sabes como yo que, aunque hoy muera, tú y
yo, de extraña naturaleza, volveremos a vernos. Quizá dentro de un segundo, el
tiempo que tarde en librarse otra batalla entre tú y yo como hasta ahora
siempre ha sido, durante todos estos millones de años. Porque, si algo me ha
enseñado el ser humano en todo este tiempo, es que tú y yo estamos condenadas a
enfrentarnos.
De:
la Mentira
Para:
la Verdad
Autora: Cristina
Precioso texto! Me ha encantado como la mentira se declara perdedora y deja entrever una ligera envidia hacia la verdad.
ResponderEliminarMuy bonito y original!!