Pureza

Desapareció el olor de la mariposa. En sus temperas, en sus alas, hubo escrita una historia. Ahora, escarcha, el color prendió el grafito, ennegreció los astros, hizo niebla al viento.

Quebraba la quilla en el ocre lunar cuando en las rizadas crestas; grillos burlando el dolor de la lluvia bajo el cristal nuboso. Lenta, en procesión, la luz, al compás de recuerdos soterrados. Allí fueron a morir plásticas, babosas, llamas. Redoble de las gotas al amanecer roto y el sol bombeando esperanza quieta. Labios del alba en el aire nevoso. Vaga la vela huérfana en el límite de la noche bajo el doble velo de la tormenta y la vida; cruza el camino de musgo y tierra que parte en los árboles el bosque.

Allí, un nombre, pretendía recordar algo. Evadía de su rastro los ojos, él tirado en los rastrojos, él comiendo tierra con sus manos, él buscando relojes enterrados. Quién en su sano juicio enterraría un engranaje, dejando una avería quieta y oxidada.

Allí, una lámina de piedra lo cobijaba. Dejó reposar su espalda en la lápida. Su sangre era oscura y abundante, era un lago, emanando desde sus uñas rotas de escarbar hasta sus ojos huecos. Su respiración caía pesada en el charco, hundiendo burbujas bajo el suelo. 

Quién, en el alba, renunció a los astros. 

Quién, en su amanecer, colmó de mar el mar y arrasó las olas.

Quién destiñó la nieve con su silueta. 

Quién dobló su sombra contra la hierba.

Quién dio su rostro al aire.

Quién fue a dar contra la tierra.

Y no es difícil la respuesta.

Quien fue feliz y no lo supo. 

Quien fue a callar las voces y acalló el silencio. 

Clavó sus huesos en la piel e hizo chirriar su carne.

Dejó caer su vida por la mejilla de las rocas.

Para desaparecer en las larvas del muerto y devorar las alas de la triste mariposa.

«Queremos que haya una razón para que nos encontremos en este o en aquel estado, para que nos sintamos bien o mal. No nos basta experimentar sencillamente el hecho de sentirnos de esta o de la otra manera; no aceptamos ese hecho, no adquirimos conciencia de él hasta que le damos alguna motivación»

Friedrich Nietzsche

José Javier Pérez Ros