Cita

"¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre..., ¡Y también lloro!"
(Bécquer)

lunes, 6 de octubre de 2014

Carretera y manta

Imagínate. Solo son las seis de la mañana. Hace unos diez minutos que hemos salido de nuestro punto de partida. El cielo se muestra de un oscuro azabache, y la noche, postrada junto al mundo, nos contempla intrigada. Todos duermen, quizás. Todos lo hacen, seguro… menos nosotros.
Cuanto puedo te contemplo acurrucada sobre el cristal de tu ventana, tácita, silenciosa, contemplando el exterior. Las farolas pasan ante tus ojos como estrellas fugaces: una, dos, tres… Paro el coche. El semáforo está en rojo y, aunque no hay nadie, decido detenerme. Tú sigues proyectando tu semblante hacia el exterior sin percatarte de que ando buscando tu mirada perdida. Al momento cojo tu mano con suavidad, lentamente. A pesar de ello no vuelves tu mirada, y hubiese jurado que estabas dormida de no ser porque al cogerte envuelves poco a poco mi mano y, una vez envuelta, cierras la tuya muy lentamente, despacio, con la fragilidad de un sueño.

El semáforo se pone en verde. Seguimos nuestro camino, y lo que en un principio parecía un sinfín de edificios queda atrás, atrás junto a la rutina, junto a las tardes monótonas y al ruido incesante de la ciudad. Ahora solo se contemplan siluetas oscuras en el horizonte, numerosas elevaciones que contrastaban con un azul oscuro intenso, un azul que porta el estandarte del amanecer.

La mañana se vuelve gris. Los primeros coches empiezan a aparecer a nuestro lado iluminando el camino con sus faros difuminados por la niebla. Han pasado un par de horas. Tras contemplar el lento ascender del Sol llegamos a nuestro destino. Un pequeño pueblo aparece al frente, situado en torno a una montaña de considerables dimensiones. Pasamos el pueblo y ascendemos un poco más por la montaña. El suelo húmedo deja constancia de que llovió durante la noche. Ahora sí, estamos en esa zona de la montaña de la que tanto nos habían hablado.

Bajamos del coche y el helor de la mañana enfría nuestros cuerpos. Cogemos nuestras respectivas bufandas, así como el gorro y los guantes, para ponérnoslos acto seguido. En ese momento te miro y, sin poder evitarlo, dejo escapar una sonrisa. Al momento me sonríes y me preguntas qué ocurre. «No te reconozco» respondo, y me empujas sin dejar de sonreír. A continuación echamos a andar por el borde de la carretera y, en menos de diez minutos, llegamos a un paraje precioso. Un río de agua helada separa el recodo en dos, y solo un puente de madera actúa de nexo. Nos acercamos a una de las mesas de piedra que vislumbramos al fondo y dejamos todo sobre ella.

Nos sentamos a la orilla del río, paseamos por la zona y, poco después, tomamos algo de comer (por la costumbre, más bien, ya que a ninguno de los dos nos apetecía tomar nada en aquel momento). Después de esto nos acostamos sobre la mesa y contemplamos el cielo, o más bien lo que los árboles dejan ver de él. Entre esbozos, fotografías, escritos y sonrisas se nos va la tarde. Al crepúsculo recogemos todo y emprendemos el viaje de vuelta hacia el pueblo. Tras tomar algo en un restaurante cercano nos subimos al coche. Pasamos parte de la noche hablando, como de costumbre, y ya de madrugada nos disponemos a dormir. Salgo del coche un momento, cojo la manta del maletero y vuelvo a entrar. Tras poner los sillones de la forma más cómoda posible nos tapamos con la manta, quedando al instante profundamente dormidos.

Los rayos de la mañana me hacen abrir los ojos; ya ha amanecido. Veo que sigues durmiendo y, a pesar de lo típica que resulta esta escena, decido despertarte con un beso. Total, ¿quién nos mira? Poco a poco abres los ojos, me miras y, cómo no, sonríes. En ese momento te miro con ternura y pienso que daría lo que fuera por repetir esa experiencia. Entonces te doy a elegir: volver ya, o disfrutar de un día más por la zona.


«¿Qué quieres hacer?», te pregunto, a lo que tú respondes «¿De verdad me lo preguntas?». Te miro y, tras coger tu mano una vez más, seguimos adelante, porque lo bueno es breve, sí, pero no tanto.


Autor: Juan Salvador

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"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".
(George Orwell)