Cita

"¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre..., ¡Y también lloro!"
(Bécquer)

domingo, 23 de noviembre de 2014

Locus amoenus

El ambiente gélido mitiga la eficiencia de mis sentidos, y mis oscuras prendas, húmedas de agua helada nacida de la cima, incrementan su escaso protagonismo vistiéndose de inconveniente. El sol brilla con mesura tras transitorios y traslúcidos algodones celestes, tácito, apartado, inmerso en su trayectoria como si de una vieja gloria se tratase, y mientras tanto el río fluye ante mí como la vida: calmo, mas sin demora.

El verde y tupido bosque se extiende a mi alrededor, expandiéndose en la periferia de una figura centenaria. Con lentitud y contemplativo comienzo a desplazarme por ese paisaje idealizado, sonriente, anonadado. Numerosas aglomeraciones de hojas secas se hallan esparcidas por todo el paraje, estableciendo innúmeros contrastes mediante la exposición de indescriptibles matices cromáticos.

Hacía tiempo que mi ser se hallaba dispuesto a variar el cementado camino rutinario por un sendero alternativo, movido tanto por la necesidad de evadirse, aunque fuese un solo instante, como por la insaciable pretensión de disfrutar aquello de lo que se carece, ese deseo que lleva al mar a las personas de interior y al interior a las personas que han hecho del mar su día a día. La paz que respiro me convida a reflexionar, pero insisto en dar protagonismo a mis sentidos y la reflexión vuelve a esconderse entre bastidores.

En contraposición a la hegemónica tonalidad predominante advierto las primeras copas doradas. Mis sentidos se coordinan y deleitan, proyectándose en aquel Todo envolvente al tiempo que lo describo.
El incesante y acaudalado río se amolda al cauce, y con sus frías y claras aguas sesga los pétreos límites que condicionan su amplitud y trayectoria. Soy testigo, y advierto que la naturaleza mantiene constantemente una lucha pasiva, prolongada: el río voluble que sedimenta sus límites y gana terreno frente a ellos; los árboles, que se desarrollan a contrarreloj en su lucha por llegar a lo más alto y alcanzar el oro de los vencedores; el viento, frío y gris, que como aquel maratoniano avanza presuroso hacia su destino hasta desfallecer, colmando de luto a cuantos vestigios de naturaleza enseñó a volar sin alas llevándolos consigo…

Pienso que el tiempo se ha detenido, y… ¿Cómo? Nada más levantar la vista de mi escrito observo cómo llega la noche, que cogiendo el testigo a Febo se postra, contemplándolo todo, desnuda en el horizonte. Al instante cuantos seres hay a mi alrededor se inclinan ante ella y, cómo no, también yo quedo hechizado por ese amor, no tanto ciego como oscuro, que me impide ver con claridad y dificulta mi periplo. Entonces considero que, por un mísero desliz, he acabado inmerso en un mundo tan apagado como la muerte, y buscando el camino el temor se apodera de mí.

Ahora lo terrestre pierde protagonismo frente a lo celeste, y donde hubo color impera la sombra, y donde hubo diversidad reina la homogeneidad de una única silueta. La noche sigue contemplando triste, oscura y luminosa, y yo, movido por una fuerza ancestral, me tranquilizo, y doy prioridad a mi instinto, y agudizo mis sentidos. Ya no oigo, escucho; ya no miro, veo; ya no toco, siento, y entiendo que, aunque el bosque ha cambiado, sigue siendo el mismo.

Numerosas criaturas, desprendiéndose del letargo, salen al exterior y retoman su nocturna vida, esa que yo desconocía y que, a pesar de ello, no es sino la de siempre, solo levemente condicionada por mí, un extraño ser diurno que, para muchas de ellas, no debía de ser más que fenómeno estático situado bajo el claro.


Al fin comprendo que lo que denominé desliz no ha sido sino un acierto, una revelación, en cierto modo, y comprendo que hay un mundo que se nos escapa, una realidad que pasa inexorablemente desapercibida a quienes se muestran incapaces de ver más allá del umbral de la penumbra. Ahora soy consciente de ella y en su honor escribo, porque lo ideal no termina con el día.


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"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".
(George Orwell)